La sonrisa congelada

            La sonrisa surgida en sus labios se congeló mientras sus ojos expresaban la incredulidad, la decepción, la aceptación. La apresuración de su hija por disminuir la importancia de sus viajes. Inconcebible. La alegría atesorada, la ilusión, la impaciencia del relato, la exposición de los lugares soñados, el entusiasmo; todo relegado con un simple "bueno, ya lo sabemos, impresionante que apenas lo descubras". Su preferida, la que aprendía de él, la que le imitaba, la que exigía, la que se imponía. Desasosiego por la posible coincidencia de que así fuera. IMSERSO. Agencia de viajes de los jubilados, de los mayores según el eufemismo actual en boga; posibilidad de recorrer infinidad de lugares dentro y fuera de España: Roma, Budapest, Mallorca, La Puebla y el lago de Sanabria, Tenerife. Invariablemente la misma reacción a cada regreso.

Análoga incomprensión en la vertiente contraria. Se preguntaba la razón que la empujaba a menospreciar al padre que, con tanta ilusión, ardía en la impaciencia de compartir, de explicar sus experiencias, sus novedades. Apremio por anular la soberbia contenida en la alegría paterna. Ignorancia de su propia soberbia. Arrogancia juvenil con la imposibilidad del reconocimiento de las hazañas del mayor. Vanidad convertida en superioridad por el conocimiento directamente recogido de la universidad; soberbia incapaz de gratitud ante los logros de los menos afortunados en el paso por los templos del saber.

Menosprecio alimentado desde la niñez en paralelo a la admiración. Su padre era el espejo en el que se miraba, la rectitud, la honradez, la sencillez. También encarnación de lo evitable. Obstinación, inmodestia, ínfulas de grandeza, imposición, humillante, severidad, intolerancia. Más tarde, ignorancia. Niñez aupada por el amor, la ternura, la suavidad. Adolescencia marcada por la rectitud, el escarnio, la imposición. Juventud encabezada por la oposición, el enfrentamiento y la querella.

Intuición de que no llegó sola a tal desenlace. Sospecha de comportamiento inducido, si no voluntariamente, sí indirectamente. Confesiones maternas sobre la dureza del hombre, humillaciones, amenazas. Recuerdos de desprecios hacia el marido en cosas insignificantes como el intento de producción de mosto con un pasapuré, o la confusión entre champú y gel de baño. Seguridad en la desavenencia de los padres, del rencor creciente en la madre, de la desilusión del padre, la pequeñez íntima de la madre, grandeza íntima del padre; deseos de separación de la madre, deseos imposibles del padre. La personalidad y el carácter de la madre perennes, incambiables frente a la seguridad de él, de que su mujer no comprendía nada, de quererla fuerte espiritual, o políticamente, a semejanza de las mujeres de sus compañeros, o de otras alegres y modernas. Ignorancia, indiferencia de él hacia la fortaleza de ella para llevar la casa, para las costuras sin fin convirtiendo lo viejo en nuevo, estirar el ralo sueldo de él; para sobrepasar el miedo ante la adversidad de la policía a la puerta de casa o la obligación de desaparición de objetos comprometedores. Fortaleza para las mudanzas, para la adaptación y cambios de residencias y de vida.

Esto pensaba la hija mientras paseaba por la Puebla de Sanabria admirando el castillo, la iglesia, las calles empedradas o los gigantes y cabezudos. Pensaba en el padre que sólo después de la jubilación pudo disfrutar de viajes que, de no ser por el IMSERSO, no habría podido disfrutar. Reflejo de tantos jubilados cuya posibilidad de disfrute llegó con la jubilación. Mezcla de ternura, de orgullo y de satisfacción por todo lo conseguido a lo largo de sus vidas. Orgullo y cariño repartidos por igual hacia sus hijos, sus nietos, sus mujeres. Sólo papá viajaba solo, porque el orgullo herido de mamá, el rencor acumulado, le impedían acompañarlo. Solo papá debió comprarse una alianza para indicar que, a pesar de viajar solo, lejos de estar viudo, continuaba casado 

OCtubre 2021



Aire

La fascinación que había sentido hizo que los folios deslizasen de sus manos; a continuación sintió tal desconcierto y sobrecogimiento, que creyó marearse, como si el suelo desapareciera bajo sus pies.

Estas sensaciones venían dadas por la lectura de una simple historia, un cuento de Emilia Pardo Bazán titulado "Aire"; en él la escritora hablaba de una "loca" interna en un manicomio, pero no era una loca agresiva ni peligrosa, sino una de esas "locas de agua mansa, sin arrebatos, sonrientes, dulces, apacibles en apariencia, presas de "locuras del aire" como lo había sido la Ofelia de Hamlet.

Esta pobre chica se había convencido de que no era nadie, solamente aire, sin ni siquiera poseer un cuerpo. Llegó a esta convicción porque su novio la apremiaba para que le entregara lo que ella defendía con tesón, su pureza, su honra. Su acérrima defensa provocó en él una reacción de sumo desprecio, por lo que le dijo que no era nadie, que era más fría que el aire. Cecilia, que así se llamaba la joven, se recluyó en sí misma repitiéndose que no había podido satisfacerle porque sólo era aire.

Marta dejó que su mente vagase y casi sin darse cuenta se encontró pensando en la sociedad decimonónica en la que, una joven de clase social humilde conocía innumerables obstáculos para mantenerse pura; no faltaban los señoritos pretendientes, conquistadores de sirvientas, modistillas, tenderas o niñeras, a las que no dudaban en abandonar una vez la conquista realizada, o a la que impedían encontrar un camino propio en la vida, ya que a partir de entonces, pasaba a depender de su "dueño". Como muestra tenemos a Fortunata, seducida y enamorada de Juanito Santa Cruz, casado con Jacinta. Una vez caída en las redes del seductor, Fortunata ya no encontró la forma de reconducir su vida, y cuando pretendía intentarlo, aparecía el señorito Santa Cruz para impedirlo.

Cecilia recordaba a Marta su propia adolescencia en la que la confrontación más dura era la de defenderse contra los chicos que no se contentaban con los cortejos galantes sin besos ni tocamientos hasta que, aburridos, decidían probar suerte con otra posible incauta. La segunda confrontación cruenta aparecía en los bailes, defendiéndose de los estrechamientos cuyo objetivo era el del frotamiento. Relaciones impuestas por un estado autoritario e implacable en el que ni unos ni otros encontraban satisfacción. Del mismo modo Cecilia, decidida a defenderse y conservar el respeto social, se vio abocada a la locura.

No obstante, la conmoción más profunda llegó al hilo de las líneas; las palabras escritas le hicieron visualizar a Gloria, que ella había conocido muy bien. También Gloria, como Cecilia, era costurera y estaba convencida de que no era nadie, de que no comprendía nada y de que no sabía nada. Su rostro se iluminaba con una sonrisa indefinida e inescrutable, cual Mona Lisa en su cuadro. En aquellos momentos era dificultosísimo averiguar si comprendía o no, si aceptaba o no, si había escuchado o no. Sus risas eran estremecedoras pues se veía claramente que reía, si bien su prolongamiento, impedía la diferenciación entre la risa y el llanto, hasta tal punto que los que la rodeaban cesaban en sus propias risas sin saber bien lo que estaba ocurriendo.

A Gloria le llevó muchos años el construir un cofre hermético con sus risas y sus sonrisas; en él encerró con llave los gritos de su marido, los enfados virulentos y gesticuladores, su desprecio por no ser una mujer audaz como las de algunos de sus amigos, el intento de infidelidad de él e incluso el intento de abandonarla por otra mujer cercana a la familia. Dentro de aquel cofre había varios compartimentos, en el segundo encerró las acusaciones de infidelidad de otros familiares hacia ella, e incluso sus desprecios. En el tercero encerró su hastío moral, su cansancio vital, el agotamiento del trabajo sin fin, de la asunción de las tareas más difíciles y complicadas, el cuidado de los hijos, los milagros para cocinar hasta cada final de mes. Y sobre todo encerró sus sueños, sus ilusiones, sus esperanzas. Aún quedaba un pequeño compartimento en el que encerró la esperanza de que sus hijos cuidaran de ella como ella anhelaba. Sus hijos escogieron caminos incompatibles con sus esperanzas; no la abandonaron, pero sus vidas no correspondían a lo que ella había deseado, y tampoco la convirtieron en la matriarca directora de hijos y nietos como había ocurrido con algunas de sus hermanas.

En cambio sus ojos dejaron de mirar al presente y al futuro, se volvieron hacia el pasado, aquel pasado que pudo haber sido y no fue; se refugió en la idea de que su vida habría sido mucho mejor de no haber cometido el error de dejarse llevar por el orgullo en su juventud. Su vida se adornó con la nostalgia de aquel pasado que nunca fue, de la melancolía de que nunca sería, y aceptó la parte de cuidado que le brindaron sus hijos dejándose atender como si de una niña se tratara, no de una matriarca.

Y así vivió, presa de su sonrisa como defensa y protección de una sociedad que no era la suya, de unas imposiciones de invisibilidad que nunca aceptó, de la angustia de que su vida nunca cambiaría, de la amargura de que pasaba por la vida sin ser ella, de no ser nada más que una sonrisa que iluminaba su rostro sin expresar casi nada, aceptando ser dependiente, objeto de burlas o de respeto. Gloria era una sonrisa que alegraba y acongojaba a partes iguales. Le gustaba sentarse en silencio hasta que la oscuridad del crepúsculo ocupaba la estancia. Cuando sus hijos la descubrían en la penumbra, solo encontraba palabras para decir que estaba bien así, que no pensaba en nada, que no le sucedía nada, que no se preocuparan.

Aceptó todo lo que le sobrevenía sin rechistar, con la pasividad de quien no es nadie ni nada. A veces le bastaba sentirse acompañada sin hablar, sin participar, sin molestar, como una seta crecida en el salón sin saber cómo. No aspiraba nada más que a estar allí, y así vivió, dejándose alimentar, dejándose vestir, dejándose llevar de paseo, olvidando quién la visitaba, adentrándose cada vez más en el pasado.

Y así se fue, en silencio, en soledad, sin molestar. Ella que nunca había sido nadie, se fue sin ser casi nadie y acompañada por casi nadie. Dejó su recuerdo y el dolor de su desaparición, a pesar de que se había convencido de que no sabía nada, no comprendía nada y de que no era nadie. 

Julio-2021

Nebulosa espiritual

Me he despertado con una sensación extraña. Respiro un cálido perfume de flores, escucho sonoros trinos de pájaros y sin embargo, aún no es primavera. Todo me resulta difuso; la ausencia de límites parece propio al universo en el que me encuentro. El negro inicial ha variado hacia el gris; a continuación, el blanco ha invadido el aire. La idea del aire es muy particular porque no lo veo pero debe de estar presente, de lo contrario, no podría respirar ni vivir. De repente me invade un nuevo aroma a hierba húmeda de Rocío y de tierra fresca removida por la lluvia.

Multitud de sensaciones me invaden; mis sentidos se multiplican al máximo, excepto el de la vista. Tengo la impresión de que son mis ojos los que están en blanco, aunque un sexto sentido me dice que no, que no soy yo, sino todo lo que me rodea. Me siento extraña; siento la ausencia de soledad. La extrañeza de tal sentimiento me hace sobresaltarme. Espero que no aparezca ningún espíritu; es lo único posible dentro de tal falta de delimitaciones. Me siento flotar; mis pies no se apoyan en ninguna superficie sólida; el horizonte parece más lejano de lo que es en realidad; mis manos no alcanzan nada que detenga su movimiento ni la extensión de mis brazos.

La nebulosa que me envuelve me lleva hasta las leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer, el poeta sevillano que tanto me hizo soñar y temblar mientras lo estudiaba en el colegio. Sus misterios me conducían a universos paralelos lejos de la realidad, la inquietud de su fantasmagoría me llenaba de inquietud y de intriga; nunca antes me había sentido atraída por los camposantos, la última residencia de tantos seres que ya eran incorpóreos porque, tal como aprendimos en clase, la materia ni se crea ni se destruye, sino que se transforma. Y siendo así, sería lógico pensar que nuestros seres queridos nunca nos han abandonado, nunca se alejaron sino que sus espíritus son pura energía que quizás, se encuentre a nuestro alrededor.

De nuevo otro aroma me extrae de mi abstracción. No comprendo muy bien y aun así veo que la inmaterialidad de mi entorno comienza a concretarse; esta vez reconozco algunas flores ante mí. Veo unos muros que me habían pasado desapercibidos, algunos árboles y numerosas manchas de colores entre los que predomina el blanco, el gris e incluso el negro. De repente todo está claro. Estoy rodeada de tumban adornadas con nombres y filigranas, cubiertas de flores. Lo que me rodea es una paz anónima y silenciosa. Una paz, empero, llena de rumores de nombres y de conversaciones inexistentes. Estoy sola y sin embargo, mi soledad está rodeada de compañía.

El silencio se ha resquebrajado por una asombrosa luminosidad, un estruendo que me ha sobresaltado sobremanera. He abierto los ojos y he comprendido que estaba soñando Me giro hacia el despertador digital que, además de la hora, también me indica la fecha. De momento todo parecía normal, pero no he tardado en recordar que por estas fechas me invadió la tristeza de la desaparición de Mauro. Me cuesta aceptarlo, y sin embargo debo asumir que se ha cumplido un año desde que se fue. Mis sueños me han llevado hasta él; en realidad no sé si soy yo la que he ido a visitar su universo etéreo o si, por el contrario, es su incorporeidad la que me ha visitado para recordarme que estamos rodeados de energía que parece ser la materia transformada de todos los que nos acompañan. 

Abril 2019

Odio

Dentro de una habitación a oscuras, una vecina se pregunta qué es lo que la ha despertado. Recuerda el rumor de una puerta cerrándose con estrépito. Unos pasos rápidos y unas risas ruidosas la han sobresaltado; después, despertado.

Poco a poco fue recuperando el ritmo armonioso de los latidos y la respiración. A medida que se calmaba, reaparecieron imágenes del pasado. Un barrio en las afueras. Vecinos con profesiones manuales en la construcción, mantenimiento, reparaciones. Vidas humildes no siempre tranquilas. Ausencias de padres ocupados en trabajar. Desplazamientos cotidianos de varias horas en idas y venidas de fábricas, talleres, almacenes. O de la limpieza de oficinas, escaleras, aeropuertos, domicilios particulares. Madrugones obsesivos; trasnochadas depresivas. Regresos con altos en el supermercado buscando provisiones para la cena o el desayuno.

Desesperanza de los progenitores de regreso al hogar. Hogares vacíos, proles desertoras de la convivencia familiar, de la colaboración filiar, del cariño, la ternura, el agradecimiento a los esfuerzos de unos padres obsesionados por el futuro de unos hijos plenos de desesperanza, convencidos de que el futuro pertenece a otros.

Padres sugestionados por la idea de la esterilidad de sus crueles sacrificios. Padres agotados por las largas jornadas de trabajo y desplazamientos; cuerpos arrastrados por pies incapaces de elevarse del suelo; caminar vacilante de plantas rozando el asfalto camino de viviendas sociales de las que salieron al amanecer.

Barrios convertidos en guetos de mala reputación, medio aislados por la escasa frecuencia de transportes públicos; condenados por el fracaso escolar reinante, el ausentismo escolar culminado en constantes visitas a hipermercados y centros comerciales, cuyo eslogan de compras fáciles no ayuda al consumo real de adolescentes sin un céntimo en el bolsillo.

Grupúsculos refunfuñones por el rencor instalados en la convicción de la grandeza solidaria de amigos idénticos a ellos. Sempiternas tardes pasadas sentados en los bordillos de sus calles, en los bancos, en los parques, o en estaciones de servicio. Rencor transformado en odio expresado en el sarcasmo, y la violencia verbal del que no tiene nada que perder.

Pequeños traficantes engrandecidos por el poder que les otorga el fruto de su comercio; entes prepotentes ante sus acciones gradualmente crecientes en importancia delictiva. Conquista del miedo de sus vecinos interpretado como respeto; principalmente de sus mayores, extenuados en el ejercicio de un trabajo insuficiente para extirparlos de la pobreza. Conflictividad permanente con unos padres que no admiten el desvío social de los hijos; esos hijos que ellos pretendían aupar a cierto nivel social, usando los escasos recursos de su laboriosidad.

Bandas de jóvenes cuyo proyecto de vida se convierte en sembrar el pavor dentro del barrio. Deterioro del mobiliario urbano que convierte al lugar en zona medio fantasma; barrio deprimente para los escasos vecinos que consiguen mantener el ánimo del triunfo, obtenido por el trabajo o el estudio. Bandas de gallos con pechos abombados en el elogio de su saber hacer, de la falta de escapatoria, de la imposibilidad de algún día vivir en zonas burguesas en las que las vidas discurren dentro de una real o aparente calma económica.

Gallos adolescentes, jóvenes convencidos de que la imposición de sus propias reglas de convivencia y las leyes del grupo son las únicas posibles dentro de su gueto. Grupos altaneros cuya soberbia somete a sus semejantes dentro de nuevos estatus de subordinación, o incluso de sumisión. No les dejan otra posibilidad que la obediencia a los dictados de las drogas y las armas. Se consideran nuevos caudillos instalados en el poder de la juventud, de la hombría de varones sin conocimientos; ávidos de triunfo y poder. Nuevos déspotas, sembradores del miedo sexual; represores de hermanas, amigas y vecinas. Fomentadores del pavor necesario para la aparición de grupúsculos contrarios; esta vez, defensores de sus derechos arrebatados por los nuevos déspotas. Vecinos, padres, hermanas contra la imposición de la ignorancia poseída por el odio y el rencor.

Un día, los vecinos se despiertan con la desaparición de alguno de estos hostigadores sin compasión, incapaces de superar los escollos que los encierran lejos del centro histórico, turístico y pudiente La extrañeza no durará demasiado bajo el peso de la cotidianidad de sus vidas. La extrañeza multiplicará su capacidad hasta el infinito cuando, de nuevo, un día descubran que el desaparecido regresó, y no para el bien de la comunidad. Los periódicos o la televisión, les mostrará el incomprensible comportamiento de uno o varios sujetos decididos a morir con tal de herir gravemente al mismo estamento del que se estiman separados. Consideran que este estamento los apartó de sus filas; fracasó en actitudes públicamente fraternales; internamente injustas diferenciadoras.


Regresan de la mano de otros grupúsculos lejanos, cuya bandera es el odio disfrazado de creencias indiscutibles. Predican con inflexibilidad la universalidad de la única verdad posible. El desaparecido adopta los principios del grupúsculo, los hace suyos y se considera acogido, aceptado como nuevo miembro de la familia. Se convence de que también él debe combatir los principios, que no supo adoptar en convivencia con su propia familia, sus propios vecinos. Se convence de que su decisión es correcta porque ha sido capaz de huir de un gueto esclavizado por una civilización que no es suya. No le importa sacrificarse si con ello, daña al mismo estamento del que huyó.

Los vecinos mantendrán enormes ojos desorbitados ante noticias incomprensibles. El mundo que aceptó a sus padres con la promesa de un respetable medio de vida, una posibilidad de futuro, se convierte en objetivo de venganzas incomprensibles. Los vecinos renegarán de estos elementos descarriados manifestándose en contra, (muy a pesar del sentimiento parental reclamando el regreso del hijo descarriado tiempo atrás); agradecerán la acogida de la sociedad, incluso recluidos en guetos infames y desprotegidos. Rogarán al regresado que se aleje, que no venga a perturbar su ya difícil existencia. Los vecinos no se engañan, saben que las represalias caerán sobre ellos mediante la desconfianza y la hostilidad de otros vecinos. No podrán lavar sus lejanos orígenes, su físico que se asemeja al de los malhechores.

Los vecinos rompen lanzas a favor de otros vecinos, que aseguran haber llevado la civilización al mundo, la democracia y el desarrollo. A pesar de ello, no comprenderán la razón por la que otros elementos desarrollados, cuestionan la incomprensión civilizada de lejanos y multitudinarios muertos, cuando cerca de ellos, las desgraciadas víctimas no son sino un pequeño puñado sin más.

La televisión bombardea los hogares con masacres insignificantes por su lejanía de las casas, las mesas, las escuelas u ocios diversos de los vecinos. Utilizan teléfonos, coches, máquinas varias convencidos de que el mundo funciona bien gracias a la aportación y exportación de ideas, estructuras y prácticas de la sociedad que los acogió, y en la que se instalaron.. Su propio convencimiento les obliga a decidir que la pobreza, los abusos y la desigualdad que campan a sus anchas en recónditos lugares, muestran la incapacidad de gestión política, económica y social de sus gobernantes Un día los vecinos descubrirán en la televisión que la comodidad de sus vidas caramente pagadas, dependen directamente de los abusos cometidos en aquellos lejanos lugares.

Los vecinos se preguntan la razón de la presencia del odio en sus vecindarios, en sus guetos. Se preguntan si su dificultad de acceso al consumo, a la propiedad, a los títulos universitarios, se relaciona directamente con el odio de sus hijos, los hijos del gueto. Día a día se cruzan con los pequeños camellos, traficantes de barrio. Día a día discuten con los más jóvenes que prefieren el uso de las armas al uso de la palabra o del conocimiento. Día a día se preguntan en qué se confundieron para que sus hijos carezcan de respeto, generosidad y amor hacia el prójimo, hacia los suyos y hacia ellos mismos.

Un día, en la televisión o los periódicos, verán los delitos de sus hijos. Los verán perseguidos en cazas despiadadas por haber dado caza ellos mismos, a otros elementos con los que no mantuvieron ninguna relación personal ni directa ni indirecta. Los verán ametrallados por haberse atrevido a arrebatar la vida a ciertos símbolos de los estamentos. Los estamentos que exportaron el convencimiento de la existencia de los derechos y la igualdad para todos.

La vecina despertada abruptamente, se dirige a la cocina, y mientras prepara el desayuno se pregunta, si los acontecimientos pasados que la han sacado de la cama son fruto de un sueño o de la realidad.

15 de noviembre de 2015 (En memoria de los atentados en París el 13 de noviembre de 2015)